

Sabemos por numerosas pruebas y por experiencia propia que cuando una persona se encuentra deprimida, le resulta mucho más sencillo tener recuerdos tristes que felices. Las inyecciones que aumentan el nivel de adrenalina generan temor y ansiedad, porque orientan la interpretación de sucesos inocuos hacia el peligro y la pérdida. Los vómitos y náuseas generan aversiones hacia el sabor de lo que se ha ingerido antes de que apareciese el trastorno gástrico, aunque sepamos que no fue lo que comimos sino la existencia de un virus.
La revolución cognitiva de la psicología, de hace más de 40 años, desbancó tanto a Freud como a los conductistas en el mundo académico. Los científicos demostraron que el pensamiento puede ser objeto de estudio de la ciencia, que se puede medir y, lo más importante, que no es sólo un reflejo de la emoción o el comportamiento. Aaron T. Beck, uno de los teóricos más importantes de la terapia cognitiva, afirmó que la emoción siempre es generada por la cognición, y o al revés. La idea de peligro provoca angustia, la idea de pérdida induce enfado…etc. Cuando alguien siente alguna de estas emociones lo que debe buscar es el pensamiento que lo ha originado.
Existen gran cantidad de pruebas que confirman esta perspectiva. Los pensamientos de las personas con depresión están dominados por interpretaciones negativas del pasado, futuro y de las propias aptitudes, y aprender a luchar contra dichas interpretaciones negativas alivia la depresión casi tanto como los fármacos antidepresivos, e incluso evitan en mayor medida recaídas y reapariciones. Las personas que sufren trastorno de ansiedad malinterpretan catastróficamente sensaciones corporales como los latidos acelerados del corazón, o la falta de aliento como presagio de un ataque cardíaco o derrame cerebral. El trastorno puede mejorar enseñando a las personas que no son más que síntomas de ansiedad, no una enfermedad real.
Estas dos perspectivas opuestas nunca se han reconciliado. La freudiana dominante afirma que siempre la emoción determina el pensamiento, mientras que la visión cognitivista dice que el pensamiento siempre guía la emoción. Sin embargo, lo cierto es que se orientan recíprocamente según el momento. Así pues, uno de los retos de la psicología del siglo XXI es identificar en qué condiciones la emoción es la que determina el pensamiento y en qué condiciones ocurre lo contrario.
No trato de dar una solución global, tan solo parcial.
Parte de nuestra vida emocional es instantánea y reactiva. El placer sexual y el éxtasis, son emociones del aquí y ahora que necesitan muy poco pensamiento para desencadenarse. Una ducha caliente cuando estamos sucios hace que nos sintamos estupendamente; no hace falta pensar “me estoy quitando la suciedad” para experimentar placer. Por el contrario todas las emociones relacionadas con el pasado está completamente guidas por el pensamiento y la interpretación:
En cada uno de estos sucesos –y siempre que el pasado genere emoción-, interviene una interpretación, un recuerdo o un pensamiento que gobierna la emoción subsiguiente. Esta verdad resulta fundamental para comprender como nos sentimos con respecto al pasado. Lo más importante es que constituye la clave para evitar los dogmas que han hecho que tantas personas sean prisioneras de su pasado.
Hemos de olvidar las viejas teorías de que el pasado determina el futuro. Podemos modificar recuerdos de manera voluntaria mediante técnicas psicológicas científicamente validadas.
Fuente: Juan Ramón Carmona
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