

Muchísimas veces las parejas tienden a patologizar un conflicto, una tensión que simplemente es “pura vida”. La mayoría de veces, la labor de un buen terapeuta de pareja no está en “intervenir para cambiar” (dando recetas artificiales que a la postre no sirven para nada), sino simplemente escuchar respetuosa y amorosamente, en acompañar, tranquilizar, redimensionar … en definitiva, dar la oportunidad a la pareja de recuperar la fé en si mismos, entender el valor constructivo y de aprendizaje que supone la crisis que están viviendo, verse a si mismos en un “proceso” de crecimiento, visualizar su momento de malestar desde la perspectiva de un zoom que amplia sus posibilidades y sus expectativas, tanto a nivel individual como de pareja-familia. Hay dos historias que facilitan a individuos y parejas una visión más en perspectiva.
La primera se titula “La lección de la mariposa”.
“Un día, un hombre sentado al borde del camino bajo un árbol, observó cómo la oruga de una crisálida de mariposa intentaba abrirse paso a través de una pequeña abertura aparecida en el capullo. Estuvo largo rato contemplando cómo la mariposa iba esforzándose hasta que, de repente, pareció detenerse. Tal vez la mariposa había llegado al límite de sus fuerzas y no conseguiría ir más lejos, pensó el hombre.
Entonces, decidió ayudar a la mariposa: cogió unas tijeras y ensanchó el orificio del capullo. La mariposa, de esta forma, salió fácilmente. Su cuerpo estaba blanquecino, era pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre, preocupado, continuó observándola esperando que, en cualquier momento, la mariposa abriera sus alas, las estirara y echara a volar. Pero pasó el tiempo y nada de eso ocurrió. La mariposa nunca voló, y las pocas horas que sobrevivió las pasó arrastrando lastimosamente su cuerpo débil y sus alas encogidas, hasta que, finalmente murió.
Aquel caminante, cargado de buenas intenciones y voluntad de ayudar, no comprendió que el esfuerzo de la mariposa para abrirse camino a través del capullo era absolutamente vital y necesario, pues esa era la manera que la naturaleza había dispuesto para que la circulación de su cuerpo llegara a las alas, y estuviera lista para volar una vez hubiera salido al exterior”.
Algunas veces, es justamente el esfuerzo lo que necesitamos en nuestra vida. Y en la vida de pareja, si deseamos que dure, tendremos que aprender a aceptar momentos de sufrimiento y de esfuerzo. En realidad, si la naturaleza nos permitiese vivir sin obstáculos, se reduciría en gran medida la capacidad de desarrollar nuestro potencial. Sin obstáculos, sin la “dosis necesaria de sufrimiento”, nunca llegaríamos a desarrollar nuestra verdadera plenitud, nunca alimentariamos los vasos sanguíneos que van a permitirnos desplegar nuestras auténticas alas de ser humano adulto y maduro.
Las parejas que duran, pasan necesariamente por crisis, las afrontan y aprenden de ellas. Cuando una pareja decide huir de la crisis rompiendo la relación, tarde o temprano –probablemente en la siguiente relación de pareja- van a tener que afrontar el mismo reto y se encontrarán en el mismo punto en el que se emprendió la huida. La separación, hoy en día, se ha convertido en algo incluso excesivamente banal. Leí hace poco que se están separando ya el 43% de las primeras parejas y el 63% de las segundas.
La pareja actual debe vivir en este estado de cosas sin el marco exterior que, hasta hace pocas décadas, la sostenía, la mantenía, la aseguraba. Los valores “contenedores”, los límites o condicionantes ideológicos, religioso-espirituales, culturales, jurídicos y hasta económicos que antes institucionalizaban la pareja en un matrimonio para toda la vida, han ido perdiendo vigencia y peso y/o se han ido diluyendo. Las facilidades que otorga la sociedad actual para deshacer una pareja, junto a un sentido cada vez más hedonista e individualista de la vida, hace que se rompan muchas relaciones ante frustraciones y conflictos mínimos y hasta necesarios para la evolución y el crecimiento madurativo, tanto de la pareja-familia como de los individuos que la componen. Evidentemente no niego que en muchos aspectos esta evolución social, ha supuesto un gran avance y que en ciertas circunstancias resulta muy positivo y necesario. Pero es frecuente que personas que han pasado por dos o tres matrimonios, al tener que enfrentar con la última pareja los mismos problemas o conflictos de los que huyeron al optar por separarse, se pregunten: “¿porqué no lo afronté con mi primera pareja?”. Este es uno de los motivos por los que, en general, no soy partidario de pasar de una pareja a otra sin un proceso previo de duelo, de elaboración de conclusiones, de recuperación de aspectos (comportamientos, rasgos de carácter, ideas, etc.) que eran proyectados como una sombra en la pareja y que, tras la separación, aparecen como propios. Estoy de acuerdo con Eckhart Tolle cuando dice:
“Las relaciones mismas no son la causa del dolor y de la infelicidad, sino que sacan a la superficie el dolor y la infelicidad que ya están en ti. Todas las adicciones lo hacen. Llega un momento en que la adicción deja de funcionar y sientes el dolor con más intensidad que nunca.
Ésta es la razón por la que la mayoría de la gente siempre está intentando escapar del momento presente y buscar la salvación en el futuro. Si concentrasen su atención en el ahora, lo primero que encontrarían sería su propio dolor, y eso es lo que más temen… Eludir las relaciones en un intento de evitar el dolor tampoco soluciona nada. El dolor sigue allí de todos modos… tanto si vives solo como si vives en pareja, la clave es estar presente e intensificar progresivamente tu conciencia y tu presencia mediante la atención al ahora … lo que es, es … primero dejas de juzgarte a ti mismo; después dejas de juzgar a tu pareja… El mayor catalizador del cambio en las relaciones es la aceptación total de tu pareja tal como es, dejando completamente de juzgarla y de intentar cambiarla”.
Siempre que no haya una situación clara de desencuentro afectivo y/o una dinámica relacional basada en la manipulación o el maltrato, aconsejo prudencia a las parejas a la hora de tomar una decisión de separación. De hecho, en la primera sesión expongo a las parejas que mi objetivo no va a ser ayudarles a reconciliarse o a separarse, sino ofrecerles un espacio y un tiempo periódico de apoyo (las sesiones terpéuticas) para que, “dándose cuenta” y aumentando la auto-conciencia, se sientan mejor con ellos mismos y, de esta forma, puedan tener una perspectiva más amplia y sólida para tomar la decisión que estimen más oportuna. Eso sí: su propia decisión. Para eso, deben entender que se requiere un tiempo y un proceso. Aquí echo mano de la segunda historia. Es de Alex Rovira y se titula “El Bambú Japonés” :
No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: »¡Crece, maldita seas!».
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo trasforma en no apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles.
Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de sólo seis semanas, la planta de bambú crece… ¡más de 30 metros! … ¿Tarda sólo seis semanas en crecer? ¡No! La verdad es que se toma siete años para crecer y seis semanas para desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú genera un complejo sistema de raíces que le permiten sostener el crecimiento que vendrá después.
En la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.
Quizá por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados a corto plazo abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente de que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado.
De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creeremos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante.
En esos momentos (que todos, incluyendo las parejas, tenemos), recordemos el ciclo de maduración del bambú japonés. Y no bajemos los brazos ni abandonemos por no ver el resultado esperado, ya que sí está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.
No nos demos por vencidos, vayamos gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que nos permitirán sostener el éxito cuando éste, al fin, se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros.
Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.
Fuente: Carles Panadés
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